Monday, August 29, 2005

Nuestro primer "cara a cara" - Grand Finale

Sala de prepartos.
Dos camillas, una percha desde la cual cuelga una bolsa de suero fisiológico. Llega mi doctor, llega la matrona y el anestesista. Yo echada en mi cama pienso: "esta weá que está a punto de pasarme es la más importante de mi vida... después de nacer y de morirme, claro". Me envuelven las huinchas con que monitorean el pulso del Pablo y mis contracciones. Supuestamente, estas últimas están en su punto máximo. Son agotadoras, pero no inaguantables... le pregunto a la matrona si el dolor se hará más fuerte y me contesta que no.
Con cada contracción, el pulso de Pablo baja dramáticamente y veo que la matrona y el doctor se miran con cara de preocupación. La segunda vez que sucede, el diálogo (en glíglico, como hablan los doctores pa que uno cache poco) menciona la palabra cesárea y la descarta, y en seguida, murmura el Doc: "Esto va a tener que ser a puro pujo".
¡¡¡Horror!!! Yo estaba totalmente entregada, pero reconozco que la imagen que se me vino a la cabeza fue esa típica escena de película, en que la mina está toda transpirada, despeinada, gimiendo, con un palito apretado entre los dientes, rodeada de gente que le grita: "¡con más fuerzaa! ¡ahora! ¡ya viene! ¡puje con fuerza ahora!"
Y no me gustó la idea.
El anestesista me ha instruido que me ponga de lado y (el único momento que imaginaba con escalofríos cuando pensaba en mi parto) me clava en algún lugar entre mis vértebras la aguja del anestésico. Los dolores se van y es como sacarse una mochila pesada de la espalda. Genial, pienso. Pero después, me dan una segunda dosis... ¡y mis piernas desaparecen! No sólo mis piernas: soy un ser que de la cintura para abajo, ya no tiene cuerpo. Veo mis piernas delante mío, pero soy incapaz de moverlas. No es una buena sensación y pienso que debí decirle al doc que con la primera dosis nomás me bastaba.
Me llevan al quirófano propiamente tal, me amarran las piernas a los brazos de la silla obstétrica (¡como si hubiera alguna posibilidad de que yo me arrepintiera y saliera corriendo!) y empieza la función. Yo quiero mirarlo todo, pero me hacen echarme atrás y me instan a que puje. Como yo ya no siento absolutamente nada, no tengo idea de cuándo es la contracción y -peor aún- tengo que pujar "de memoria" porque simplemente no siento mis músculos abdominales. El papá de Pablo no ha querido perderse el espectáculo y ha traído su cámara fotográfica. Lo veo darse vueltas a mi alrededor como si perteneciera al National Geographic...
Por suerte, cuando asomaba la cabecita de Pablo y él se aprontaba desde detrás del Doc a sacarme la foto más íntima de mis intimidades que jamás nadie me hubiera sacado, el Doc nota aparentemente mis ojos de huevo frito -yo no dije nada, lo juro- y lo corretea y la foto no puede tomarse. Mi intimidad queda a salvo. Grande, Doc; grande también por creer que me la podía y esquivar la cesárea.
Me concentro todo lo que puedo para pujar de memoria cuando me lo indican. Pero es difícil; no se trata del esfuerzo, sino de tratar de mandar la orden correcta a unos músculos que no sientes. Pero resulta. Tras dos o tres pujos, Pablo hace su entrada en este mundo.
Un animalillo rojo, oscuro, tiesecillo, de pelito negro y mojadito, lleno de pliegues, que da un par de tosecillas cuando es levantado a la luz. Me lo ponen sobre el pecho y él no llora; apoyado cerca de mi pezón, no atina a mucho. Abre sus ojos, apenas unas rendijitas, y hace una especie de mirada a su alrededor, llena de suspicacia... sus deditos, un milagro de deditos chiquitos y casi translúcidos, tienen las uñas un poquito largas, rosadas y transparentes, suaves como su piel.
Yo quiero conversar con él, quiero reírme, reírme en su cara de su aspecto de duendecito desconfiado, de su nariz que es como la de mi papá y que es lo primero que aprendo de su cara; quiero decirle que hemos hecho bien nuestra pega, pero que ahora viene la parte más entretenida... pero me lo quitan demasiado rápido.
Después hay harto trabajo todavía que hacer conmigo, asì que no es sino hasta media hora después que me encuentro por fin en mi habitación, donde me encuentro con Pablo por segunda vez. Es la noche, sin embargo, así que "para que yo descanse" se lo llevan y yo -en realidad agotada- no sé ni cómo, me quedo dormida.
Un par de días después, ya ha pasado el temporal que había empezado el día que entré en la clínica. Voy en en el automóvil, de vuelta hacia mi casa, llevando en brazos un bultito pequeño, caliente y perfumado, envuelto en tantas capas como pude conseguir. El aire está ahora cristalino y helado y un sol limpio saca chispas de la superficie de las cosas. Avanzamos por fin en dirección a nuestra casa y al fondo, vemos una cordillera tremenda, sobrecogedora y tan blanca que hiere la vista.
El sol de cristal saluda a este hijo mío. El aire liviano le besa sus pestañas. La cordillera alba le abre sus brazos relumbrantes. Mientras mirábamos juntos, él, quietecito en mis brazos, me abrigaba el pecho.
Tal como sigue abrigándome ahora. Tal como me abrigará para siempre.

Tuesday, August 23, 2005

Papaciiito!!!

Primero que nada, téngase en mente que soy una mamá soltera, en este momento no amarrada por ningún compromiso, así que me puedo permitir este tipo de apreciaciones estéticas sin ofender a nadie.
Hoy salía del estacionamiento tipo 18:00 hrs cuando veo a un individuo entrando al recinto, con una chiquilina de unos 2 años en brazos, toda vestida de rosado.
A contraluz, vi a un tipo alto, de terno, espaldas fornidas y sonrisa luminosa. Al pasar más cerca de él, vi que usaba bigotes, era un poco mofletudo y llevaba anteojos; esos anteojos redondos que son como los de Lennon, y que me da por llamar "espejuelos".
No me desilusionó. El tipo era alto y sus brazos se veían poderosos, ahí sosteniendo a su beba.
Así que lo ratifico -y conste que es algo que me pasaba desde antes de ser mamá, y que tampoco se trata de que yo esté pasando por algún estado de necesidad-: un macho recio adquiere gran sex appeal si a su indumentaria agrega un bebé.
Pura testosterona!

Sunday, August 21, 2005

Nuestro primer "cara a cara" - part two

Chicas que están embarazadas, el asunto es simple:
a) Primer trimestre: vomitonas, susto, "puta, ¿sabré mudarle los pañales o le quebraré la columna al primer intento?"
b) Segundo trimestre: Life is so good! Regia, el pelo se pone lindo, si tienes suerte y no te salen manchas en la piel, andas perpetuamente con un tono tostado de pura salud (en mi caso, esto fue especialmente notable: yo que normalmente soy pálida como un hongo, me veía radiante). Sustos? siguen igual: una descubre que si es hombre o niñita da un cuete, y que de verdad, uno lo que quiere es "que sea sanito".
c) Tercer trimestre: Se empiezan a experimentar ciertos trastornos elefantiásicos (puede que empiecen mucho más tarde) y los sustos se van a la punta del cerro: ¡sáquenme esta cosa de aquí de una vez por todas, quiero poder respirar, quiero dormir de boca por las noches!!! Y en mi caso, lo que fue mi único antojo: ¡¡¡quiero poder tomarme una botella entera de cabernet sauvignon!!!
Finalmente, el día "D" llega. ¿Contracciones? Esa madrugada me despertó una sensación rara, como de retortijón en la guata, parecido al anuncio con el que se desata, horas más tarde, una "colitis fregaditis". Raro el tema, me costó darme cuenta de que eran ellas, las anunciadas contracciones, porque no eran para nada como me las imaginaba: un movimiento rápido del útero, potente como un músculo puesto a prueba.
Total que anduvieron, mis contracciones, todo el día rondándome, molestándome apenas, no más que esos dolorcillos impertinentes de cuando una está con el período. Pero la matrona dijo: "tenemos parto esta noche". Y sí, en la noche se puso más brava la cosa.
Figuraba yo en mi casa, junto con el papá de Pablo y mi mejor amiga. Mientras él se dedicaba a contar el intevalo entre contracciones, yo tomaba un baño de tina, que me habían sugerido servía para aliviar el asunto (y sirve, claro que sirve). Desde la tina, yo gritaba: "Contraccióoooon!" y el papá de Pablo anotaba cuánto tiempo había pasado desde la anterior: nos habían dicho que más que su intensidad, lo importante era su regularidad.
Cuando el intervalo se hizo regular (cosa de cuatro minutos entre una y otra) partimos a la clínica.
Se iniciaba una lluvia. Había cortezas de eucaliptos, ramas y piedritas en el camino (vivo en Peñalolén, donde hay varias calles rodeadas de ecualiptos) y el pavimento brillaba con el agua de los primeros goterones. Viento, también. Mucho viento.
Llegamos a la clínica Sara Moncada, en Pedro de Valdivia, como a eso de las 11 de la noche. Oscuro. Portón cerrado. Un nochero desganado nos pregunta que a qué venimos.
¡A qué venimos! Chicos y chicas, no es chiva. Fue lo que me preguntaron. -"¿No es una maternidad???"- me las arreglé para gritar desde el asiento de copilota, entre contracción y contracción. Nos abren el portón. Entramos a la luz lechosa de los neones en el pasillo de ingreso. Una matrona me ve entrar caminando y, de mal modo, me dice que me va a examinar, pero que sin duda, me mandará para la casa de vuelta.
Me instala en una de esas sillas obstétricas, espatarrada, y en pleno examen se rompe la bolsa de aguas. La matrona se levanta con los guantes de goma húmedos y algo ensangrentados y medio tartamudea cuando me dice "Estás en franco trabajo de parto!" Se oyen voces, pasos apurados. Se ve que en esa clínica sólo se atienden partos muy programados. Por fin, yo les he traído algo de acción.
Contracciones: Son cada vez más fuertes, pero sobre todo, agotadoras. Empieza una de a poco, como una sombra dejándose caer encima de ti, te empieza a apretar suavemente, cada vez más fuerte, llega a un punto y te sostiene ahí, un par de segundos y después te deja, se aleja sordamente. Nada de dolores agudos, sólo esa especie de presión sorda, catete, que mientras dura no te deja caminar ni echarte para aliviar su molestia. Eso son las contracciones.
Camino en la pieza que me han asignado; mi abuela me ha dicho que a ella eso la ayudó con sus dolores (sus cuatro hijos fueron sin anestesia). Además de aguantar las contracciones, tengo que aguantar la mierda, porque me han hecho un enema y la instrucción es que me lo aguante cuanto pueda. No duro mucho más de uno o dos minutos, en todo caso. Finalmente, en silla de ruedas, soy trasladada a la sala de preparto...
(To be continued!)

Monday, August 15, 2005

Paréntesis filosófico de Pablo

"Mamá, ¿por qué el aire no es duro?"

Sunday, August 14, 2005

Nuestro primer "cara a cara"

Bien... creo que en el último post me he apartado un poco de la intención original de este blog. Además, hace rato que quiero hablar del principal responsable, el personaje que me pone en la situación de ser madre: mi hijo, Pablo.
Pero no sé mucho cómo hablar de él. Podría ponerme a contar todas las cosas que hace, que dice, la forma en que se mueve, el color de su pelito mojado después del baño, su olor cuando ha corrido todo el día y me viene a dar un beso pegajoso y dulce como una fruta de verano. Decir que es un niño transparente, voluntarioso, tenaz, inteligente y payasito, que ama a Winnie Pooh tanto como a esas otras cosas atroces que dan en la tele en que los robots se transforman en automóviles, o un jovenzuelo de cabellera imposible conjura un dragón de luz para defenderse de un enemigo.

Es decir que Pablo es un niño más en este mundo, que es amado por su madre, como otros niños de este mundo. Pablo en su relación conmigo no tiene que hacer nada; sólo ser así como es. Soy yo la que tiene que interrogarse acerca de ser mamá, soy yo la que tiene que cambiar de formas, yo soy la que tiene que hacer un huequito en su vida para hacerle caber a él. Pablo cambió mi vida; yo no tengo derecho a tocar la suya.

Entonces, ¿cómo hablar de él, sin limitarme a describirlo? Oh, bueno; yo sé que Pablo solito terminará por encontrar su lugar en este blog, tal como ha sabido decirme qué sitio le corresponde en mi vida, así que es cosa de esperar un poquito.

Mientras tanto, puedo contar cómo su cuerpito caliente, su olorcito a leche, sus llantos, sus uñitas rosadas, esos primeros días, me cambiaron el mundo para siempre.
Lo digo en serio. Sé que debe ser uno de los clichés más escrito en la internet, y en todas partes, y a lo largo de toda la historia de la comunicación escrita: que la llegada de un hijo te cambia el mundo para siempre.
Pero yo me refiero a cosas super concretas y simples; ni siquiera al tiempo que demanda un bebé, a la falta de sueño, a la irrupción desastrosa para cualquier economía doméstica. No, me refiero a cambios en mi percepción sensiorial del mundo: a que empecé a ver, oír y sentir cosas que antes no oía, veía ni sentía... o que se me habían olvidado.
Los bebés, por ejemplo, a mí nunca me habían producido una ternura especial. Esto no significó que durante el embarazo yo tuviera miedo de no querer a mi bebé (más sobre esto, en algún post futuro, porque sí tuve ciertos miedos, relacionados con que mi hijo pudiera tener síndrome de Down); siempre confié en que las cosas se desarrollarían normalmente.

Pero no creía mucho en el "instinto maternal"´. Yo no tenía ese instinto, y jamás se me había ocurrido que eso pudiera revelarse después del parto... como me ocurrió a mí.
Es curioso: cuando me entregaron a Pablito, recién nacido, ahí en la sala de partos, para que se agarrara por primera vez a mi pecho, no me enamoré instantáneamente. El pequeñín abrió las rendijas de sus ojos, que giraron lentamente, desorientados, evidentemente irritados por las luces, y junto con su boca, posó una manito diminuta, con un dedito meñique casi translúcido sobre mi piel, tan blanca en contraste con su piel de recién nacido. Sus ojos se cruzaron con los míos un segundo, y me dio risa esa cara de ceño tan fruncido, como de tanta sospecha acerca de lo que pasaba a su alrededor. Trató de chupar torpemente, mirando para todos lados desconfiado, y con razón, porque a los pocos instantes ya me lo habían quitado para hacerle quizás qué procedimientos.

Lo que yo sentí en ese momento fue que esa criatura, si bien podía ser ajena, estaba a mi cargo. A mi cargo en forma absoluta. A mi cargo como mi vida está a mi cargo. De tal modo que, igual que si se tratara de mi vida, yo iba a saltar como una leona de ahí mismo de mi camilla, si llegaba a sospechar que esa criaturilla estaba en peligro.
Fue potente. Fue instantáneo, fue instintivo. Fue algo más poderoso que la ternura -que también sentí- y que el amor -que creo que empecé a sentir más tarde.

Wednesday, August 10, 2005

¿Señora o señorita?

Una vez un chiquillo colegial, grande, osuno, con los parietales rapados, me paró en la calle para alguna clase de encuesta, y al detenerme, me preguntó si era "señora o señorita". No sé si me pilló con el período, pero en un tono más agresivo del que hubiera querido usar, le respondí que si él creía que yo tenía que ser posesión de algún hombre para ganarme mi derecho a no ser infantilizada. El pobre no sabía dónde esconderse: claramente, su pregunta tenía por objeto hacerse el amoroso, porque -seamos objetivos- tampoco es como que yo tenga tanta pinta de señorita, a estas alturas.
Pero es verdad; el hecho merece ser considerado desde el siguiente punto de vista: ¿cuándo es que una mujer pasa a ser una señora? Desde luego, no es un formulismo que tenga que ver, primariamente, con la edad de la designada, sino con su estado civil, esto es, desde que la dama en cuestión tenga un contrato de matrimonio suscrito con un señor: efectivamente, si una mujer porta la argolla matrimonial en el dedo correspondiente es legítimo tratarla de "señora", aunque tenga pinta de pajarita de Dios. También es el formulismo que usa el marido para presentar a su cónyuge: "Te presento a mi señora". Tenemos, entonces, que "señora" se asocia a "mujer casada".
Pero su uso tiene contenidos más sutiles: la expresión permite designar como "Señora" a aquella mujer cuya vida sexual uno supone que ya ha sido iniciada. O, más precisamente, la regla de uso del término parece funcionar "por negación"; es decir, que una mujer de vida sexual activa no debe ser tratada, en principio, de señorita: nadie pensaría dar ese tratamiento -salvo con una torpe intención irónica- a una prostituta. Tampoco a una mujer que, por ejemplo, amamanta a un bebé. En este sentido, "señorita" es un poco sinónimo de "doncella".

Desde este punto de vista, resulta triste -más que patética- la ferocidad con que algunas mujeres defienden su calidad de señoritas, aun cuando ya peinan canas hasta en su vello púbico. ¿A santo de qué la necesidad de proclamar su doncellez, sobre todo cuando ya nadie pensaría que dicha doncellez tiene amenaza alguna? ¿Cuando esa doncellez ya no es, a los ojos de los demás, una virtud, sino el signo de un fracaso? Sí, es cruel el espectáculo de estas mujeres engañadas, que se sienten obligadas a levantar la cabeza en medio del sutil escarnio que produce su condición de intocadas, de mujeres que nunca conocieron el amor sexual.

Todo esto es ajeno a los varones. A ellos se les trata de "señores" desde el momento en que su adultez es aparente en su aspecto exterior. Nadie se cuestiona si es apropiado o no tratarlos de señores, nadie asume cosas acerca de su estado civil ni menos su vida sexual cuando les brinda ese tratamiento; simplemente, se trata de que han alcanzado la edad adulta y punto. Y en la vejez, ningún hombre se siente compelido -por extrañas fuerzas sociales ejercidas sobre su psique- para andar proclamando su castidad, que en realidad, no es asunto de nadie.

En conclusión, una mujer será una "Señora" si está casada, o en la medida en que su interlocutor pueda asumir que ha iniciado su vida sexual. Por eso, me parece que es el colmo de la descortesía, la falta de tacto y la intrusión en la propia vida privada que alguien le pregunte a una mujer "¿Señora o señorita?"
- "Disculpa" -debiera uno contestar-, dado que no llevo argolla de matrimonio, ¿me estás preguntando si me he acostado con alguien?"

Friday, August 05, 2005

Mamá soltera militante

Antes, me costaba un segundo de vacilación cuando, en un diálogo, tenía que explicar mi situación: tener que decir "soy mamá soltera" me producía un ligero rechazo, porque esa expresión todavía está teñida de ciertas asociaciones. Si dices "soy madre soltera" estás al mismo tiempo diciendo cosas como "fui engañada", "el tipo me la hizo y me abandonó", "no tengo idea de qué es un anticonceptivo", "rompieron mi corazón pero me dejaron un chiquillo" o, para decirlo en breve: "soy hueona y me cagaron".
Claro, yo había construído -desde antes de mi embarazo- toda una serie de elaboraciones intelectuales en torno al tema, que contradecían frontalmente esos estereotipos de vulnerabilidad y exposición, así que mi maternidad vino a ser -mirado desde fuera- el corolario necesario de toda esa discursería; el único epílogo posible para "una mina verdaderamente consecuente".
Pero otra cosa es con guitarra. O mejor dicho, con la guagua en brazos, en medio de tus amigos y parientes que, con el solo gesto cariñoso de brindarte su apoyo incondicional, te están diciendo, entre líneas, que te mandaste un numerito. Tanto cariño, tantas manifestaciones de apoyo, tanto atribuirte que eres una "mina valiente" acaban por hacerte sospechar que la situación es mucho más "brígida" de lo que inicialmente calculaste. Una empieza a sentirse tan expuesta y vulnerable como dictan los estereotipos.
Pero no hay que dejar que a una se la coman los sustos. Ser mamá soltera es una tarea bien cotota, pero por otro lado -y espero escribirlo de forma que no suene a determinismo machista- las mujeres venimos con todo el software y el hardware necesarios para cumplir con esa tarea. Y los hijos vienen con el hardware y software necesarios para que no toda equivocación que cometamos con ellos les deje la cagá.
Ahora ya no vacilo cuando tengo que decir que soy mamá soltera. Sigo encontrando que la expresión es fea, que huele a estadística de "desintegración de la familia", pero no hay otra, por de pronto. Además, en la medida que la usemos la iremos dignificando.